viernes, 23 de octubre de 2009

Censuras y Gordas

No es posible, fue lo primero que pasó por mi mente al ver que aún sigue habiendo censura en el cine a pesar de la época en la que vivimos. La señora Ministra de Cultura, González Sinde, ha desterrado la película de Saw VI a los pocos cines X que hay en España, por hacer apología de la violencia.

¿Hablamos de Mentiras y Gordas, señora ministra? ¿Me va a negar que no hace apología del sexo sin control, del alcohol y de las drogas? ¿Por qué ésta sí aparecía sin ningún tipo de veto en todas las carteleras? Ah sí, me olvidaba un pequeño detalle. Aparte de la constante promoción que se les da a las películas españolas, una de las guionistas de la película es… (suenan tambores), ¡González Sinde!

Los jóvenes estamos hartos de la hipocresía de los gobiernos. Somos mayores para lo que les conviene. Lo que nuestros dirigentes no aprecian, o no quieren ver, es que las leyes que se nos están imponiendo provocan el efecto contrario de lo que ellos pretenden conseguir. Si nos prohíben hacer botellón, lo haremos pero con más cuidado de no ser vistos por la policía. Si nos cierran los chiringuitos a las 2 de la mañana pondremos nosotros la música. Si no se emite Saw 6 en los cines de España, nos la bajaremos subtitulada del Ares. Cuanto más nos intenten reprimir, más nos rebelaremos. Y que conste que esto no es una provocación, es una realidad. La realidad de que no queremos encontrarnos con Papá Estado hasta en la sopa.

Prevenir no significa prohibir. Con gilipolleces de este tipo sólo se consigue el descontento de una sociedad acostumbrada a tragarse horas y horas de violencia televisiva gratuita. Por eso mismo es tan complicado de entender que censuren algo que es el pan nuestro de cada día. Lo sé, es una excusa poco razonable, ya que no hay nada que justifique la violencia. Pero que la ministra me dé una razón coherente de su censura y mi protesta quedará silenciada.

Dejémonos de tonterías y que cada uno decida si quiere tomarse un café por la tarde o irse al cine a ver vísceras en una pantalla. Tengamos un poco más de esa libertad de la que tanto nos jactamos. Que cada cual decida lo que ve, lo que hace, lo que llora.

lunes, 12 de octubre de 2009

Ellos también lloran

24 horas antes de entrar en la plaza, el toro es arrebatado de su hábitat y encerrado en un cajón tan reducido que no tiene más remedio que mantener el cuello torcido hacia un lado para caber en él. El animal, desconcertado, no ve nada, no entiende por qué lo encierran allí. Pasa un largo tiempo en el que se va debilitando al no poder moverse ni probar bocado. Unas horas antes de entrar en la arena, sacan al toro de aquel cajón oscuro y se disponen a prepararlo para la corrida. Primero, le recortan los cuernos para proteger al torero, le cuelgan sacos de arena en el cuello, le golpean los testículos y los riñones... todo esto para que llegue al ruedo débil y en completo desorden. Después, le untan los ojos con grasa para dificultar su visión y le insertan bolas de algodón en los orificios nasales para que respirar le resulte más costoso. Y no sólo eso, le impregnan las patas con una substancia que produce ardor y le impide estarse quieto. Ahora sí que ya está preparado para su posterior tortura pública.

El animal llega a la plaza desorientado. La luz y los gritos de los espectadores le aterran. Su único objetivo es huir, saltando las barreras, lo que produce en el público una sensación de que el toro es violento y quiere atacarles, pero él lo único que pretende es salir de ese infierno. Ahora se encuentra cara a cara con el torero. El animal advierte el brillo de la muerte en los ojos de su rival. Su destino ya está escrito. Su asesinato servirá para causar los vítores de los espectadores y el orgullo de su homicida.


Yo amo a los animales. Por no ser, no soy capaz ni de pescar. Prefiero con diferencia una pandilla de gatos a una reunión de políticos encorbatados. Una de las cosas más gratificantes en la vida que sentir el cariño de una mascota. Ellos nos regalan la inocencia que a la mayoría de nosotros se nos ha escapado con el tiempo. Encerraría a los que torturan por diversión, prohibiría las prácticas retrógradas de algunos pueblos que consisten en hacer sufrir a un animal por mero entretenimiento. Muchos alegarán que es costumbre y tradición. También eran habituales los combates a muerte entre gladiadores y no hay razón que justifique la pervivencia de esa práctica.


En mi opinión no hay excusa para defender ni la tauromaquia ni el resto de barbaridades que se hacen con animales. Hay algo enfermizo en despreciar la vida, en buscar la muerte de alguien que no es tan diferente a nosotros. Sólo que ellos gritan en silencio. Yo digo que pongamos voz a los que no la tienen, que defendamos a los indefensos. Porque los toros también lloran.






Si el toreo es cultura, el canibalismo es gastronomía. Manuel Vicent